Esquivaba a los ciudadanos con la ligereza del aire, con la velocidad de un felino.
Llevaba hielo en la mirada y fuego en el corazón, llevaba la seguridad pintada en su rostro y el miedo gravado en su interior. El destino la llamaba, esta vez con más fuerza que nunca.
Giró a la derecha, adentrándose en una calle menos transitada, y su presencia se hizo palpable. La fuerza que emanaba de su cuerpo era visible hasta para el más ingenuo de los mortales, y su disfraz se esfumó cuando sus ojos se encontraron con los de su presa.
Enseguida aquel callejón se vació de ciudadanos inocentes. El instinto, o quizás una fuerza invisible los había alejado de aquel lugar, en el que se respiraba el peligro, la venganza y el odio.
Él no se inmutó cuando notó la fría mirada que la chica le dedicaba desde una prudente distancia. Ni siquiera movió un pelo cuando sintió el cuerpo de Hannah agazaparse para el ataque.
La estaba esperando. No como se espera a un huésped, no como se espera una fecha señalada, sino como se espera una tormenta, un hecho inevitable, poderoso e incontrolable.
Y el baile comenzó.
No se podría decir quién iba ganando. Los movimientos de ambos eran rápidos como el rayo, certeros como una flecha y silenciosos como una pantera.
Ella estaba cegada por la ira y la sed de venganza, atacaba una y otra vez, incansable, insaciable. Él se dedicaba a parar sus ataques, continuamente, sin margen para el error, con la mirada intentando buscar la suya.
Pero Hannah no dejaría que él accediera a la muralla que se levantaba en sus ojos fríos, no permitiría que sus sentimientos nublaran su deber. Él siempre sería su enemigo, el responsable de su maldición.
Ambos rememoraron su primer encuentro entre ataques y defensas, entre gruñidos y rugidos. Él, con su gesto amenazante, fascinado por la mirada perdida de ella, la chica de los ojos tristes. Hannah atacó con más fuerza de la necesaria al revivir su primer beso, su primera caricia. Él, tomó la decisión cuando recordó sus dientes clavándose en su garganta. Ella jadeó, aterrada, cuando asomó en su memoria el recuerdo de la quemazón de la ponzoña recorriendo su cuerpo. Él tragó saliva para actuar cuando rememoró su miedo al verla despertar, fría, calculadora, con sed de sangre, con sed de venganza.
Y de ese modo la experiencia jugó a favor del vampiro, y Hannah, la pequeña Neófita, cayó en sus redes, como la última vez.
De sus ojos brotaron lágrimas negras como la noche. Lágrimas de rabia, lágrimas de impotencia, lágrimas que llevaba demasiado tiempo reteniendo.
Y él la besó, entregando el perdón, el dolor y el amor que no era capaz de expresar con palabras de la única manera que su corazón sabía.
Cuando se separaron, los ojos incomprensiblemente verdes de Hannah se convirtieron en dos pozos sin fondo llenos de emoción contenida. La muralla se había quebrado, la sed se había apagado al beber de ese beso.
-Era la única forma de tenerte para siempre conmigo.
El susurro permaneció flotando en el aire cuando ella se perdió en los brazos del hombre de su existencia.
-Fin-
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