Muñeca de trapo

La luna se alzaba orgullosa en el cielo negro de la ciudad. Las siluetas de los rascacielos se recortaban contra la luz plateada que se colaba entre sus puentes, entre sus avenidas y callejones.

Ella caminaba sin rumbo fijo, el dolor guiaba sus pasos.

Ahora que sabía lo que la esperaba, ahora que sabía qué había más allá del gran abismo que se extendía a sus pies, tenía miedo, mucho miedo.

Temía quedarse, temía no estar a tiempo de huir de la oscuridad que la envolvía, temía tantas cosas… Le aterrorizaba la idea de estar sola en un mundo demasiado grande, demasiado real, le asustaba el no encontrar una salida, tenía pánico al sentirse tan pequeña que al final acabaría por desaparecer, sin más, perdida en un océano demasiado inmenso para poder siquiera ser recordada.

Porque, al fin y al cabo, las palabras se las lleva el viento, y las promesas las borra el tiempo, con su sistemático desgaste ajeno al perdón, la piedad o la venganza.

Se sorprendió vagando en aquel pozo de recuerdos que era el lugar al que sus pasos la habían llevado, pero no se detuvo, no titubeó al sentir que la brisa se hacía más tenue, al descubrir que la luz anaranjada de las farolas envejecidas sustituía al frío resplandor de la luna.

En sus oídos, aún sonaban con la claridad de una mañana soleada las palabras que habían tocado de muerte su corazón, su mente aún permanecía turbada y enredada ante la avalancha de recuerdos sobrepuestos que la atacaban a cada segundo, en sus ojos aún brillaba algo de la esperanza rota que el olvido no tardaría en barrer con su gélido abrazo de muerte, en su piel aún ardían los golpes, aún quemaban las heridas.

Llegó hasta la enorme puerta tras la que se escondía su destino, y sus manos no temblaron cuando giró el pomo, sin temor a encontrarla cerrada.

Los gritos llenaron su cabeza, se sintió débil, demasiado débil como para resistirse.

El olor a alcohol ahogó sus sentidos, y esas manos grandes y ásperas la esperaban con la furia de un tornado. Buscó en aquellos ojos enloquecidos algo de lo que ella había amado. Algo más se rompió en su corazón al encontrar en ellos aquel brillo que le impedía partir, ese brillo que recordaba vagamente la calidez de momentos mejores, momentos incluso felices.

Quizás si el dolor no nublara sus sentidos se daría cuenta de que confundía ese brillo de locura y desesperación con algo bello, con algo cálido, con algo dulce quizás.

Y, otra noche más, se tragó las penas y la amargura, aguantó el dolor y las lágrimas de una forma sobre humana.

Su carne, apenas una fina capa amoratada que se adhería a sus huesos se estremeció, quizás por última vez, y sus ojos, ajenos al dolor, brillaban en dirección a la luna a través de la mugrienta ventana, hermosos, puros y limpios como el cristal.

Se sintió una muñeca de trapo rota y abandonada, sí, pero una muñeca de trapo rota y abandonada a la que nunca podrían arrebatárselo todo, no podrían el miedo y las dudas acabar con lo último que le quedaba, la esperanza, las ganas de volar, su último aliento de vida, su primer grito de libertad.
-Fin-

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Desahógate. Venga, lo estás d e s e a n d o.

Mi viaje hacia el fin del mundo. todo lo dicho y visto es de alguna forma mío, R E S P E T A L O