Cazadores de Sueños

Tras los barrotes rojos había una placa, una placa brillante que parecía ser la respuesta a lo que buscaba, confirmando lo que ya creía saber.

"Necesitas sentir el infierno para poder alcanzar el cielo"

Tras la gran puerta se escondían unos ojos curiosos que me daban la bienvenida sobre una nariz aguileña y unos labios finos cómo pequeñas líneas de sangre sobre porcelana agrietada.

Ella me esperaba, la vieja dueña del palacio de los sueños sabía que hoy yo iba a recoger la llave del calabozo de las pesadillas, porque ella misma me lo había pedido.

La bruma del anochecer púrpura se acercaba serpenteando entre las flores mecidas por la brisa otoñal que también sacudía las copas de los olmos rojos, propios de las sendas del sur, aquellas transitadas por cazadores de sueños.

Como tú.

Como yo.

La oscuridad se acercaba, debía darme prisa.

El olor a azufre cada vez era más y más fuerte a cada paso que daba en dirección a las pesadas rejas, cubiertas de un estraño musgo verde apagado.

Y las tinieblas que buscaba parecían estar un paso más lejos.

Intenté recordar qué era lo que en realidad hacía en aquel pozo de llameante oscuridad, pero ya era demasiado tarde, la negrura de una noche sin fin me había engullido en su voraz caza de luz y esperanza.

Sobre mi cabeza, retumbó una risa chillona, proveniente de unos labios color sangre sobre un rostro de porcelana agrietada.

Esa nariz aguileña se regodeaba de que había conseguido engañarme.

Pero nada, ya no hay nada. Ni fuego, ni dolor, ni luz ni esperanza. En el calabozo de las pesadillas, quedas atrapado en la ausencia de un todo, eres encandenado a no sentir nada.

Al parecer nunca sabré de qué están echos los sueños.