Micromundo

La siente. La llama, minuto a minuto, segundo a Segundo.

Nubes brumosas que se encienden y se apagan en el tililar anaranjado del sol cayendo en picado hacia el horizonte vacío, negro. Los restos de lluvia besan las hojas de los matorrales que bailan al son de la brisa bochornosa que revuelve la curiosa melena pelirroja.

Sus labios rojos se mueven. No hay ruido.
Sus ojos verdes se abren. No hay miedo.
Sus manos sudorosas se extienden. No hay heridas.
Sus pies temblorosos avanzan. No hay otravez.

El susurro del tiempo golpea su rostro, la humedad se pega a su piel, el olor de las flores marchitas le hace cosquillas en la nariz peregrinada por las pecas. El ambiente es dulzón, escalofriantemente dulzón.

Sus uñas se clavan en el tallo. Ya está cerca.
Sus pupilas se clavan en el amarillo de los pétalos. Ya la tiene.
Sus pulmones se empapan del aroma a vida. Ya es humana.
Sus lágrimas manchan sus mejillas. Ya nada será lo mismo.

Y con la rápidez de un pestañeo etéreo, la flor que sostiene con sus manos sudorosas, la misma que obsrvan sus ojos verdes, aquella de la que su esencia bebe, desparece.

Sus zapatos se despegan del suelo, sus ojos brillan.

Un segundo después, todavía se escuchaba el murmullo de su ausencia.

Segundos eternos que transforman la vida en libertad etérea. Para siempre.

atentamente,

una tal Julia.